Teresa
Rodríguez y las puebladas de Cutral Có, 20 años después
Por
Mariano
Pacheco, autor del libro DE
CUTRAL CÓ A PUENTE PUEYRREDÓN.
Una
genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados
La
década del 90 presentó una situación por demás adversa para las
apuestas de transformación radical de la sociedad y puso sobre el
tablero un inmenso desafío: enfrentarse tanto a un enemigo poderoso
que había logrado imponerse a escala global, como al estigma del
fracaso (y no sólo la derrota) de las políticas revolucionarias del
siglo. Como ha destacado Perry Anderson, a mediados de los años
noventa “reinaban en casi todos los países latinoamericanos
versiones criollas del neoliberalismo norteamericano, instaladas o
apoyadas por Washington: los gobiernos de Carlos S. Menem en
Argentina, Alberto Fujimori en Perú, Fernando Enrique Cardoso en
Brasil, Salinas de Gortari en México, Sánchez de Losada en Bolivia,
etcétera”. En este contexto, aparentemente, “los movimientos
sociales que quisieran legitimarse tendrían que asumir esa realidad,
es decir, promover sus intereses particulares sin alterar el orden
universal
de la democracia liberal. En otras palabras, la revolución en el
sentido de cambio social radical ligado a la lucha de las clases
subalternas, era despojada del marco conceptual de la política
entendida como el
arte de lo posible”.
De allí que la irrupción de los Movimientos de Trabajadores
Desocupados y su consigna de Trabajo-Dignidad-Cambio Social vinieran
a “patear el tablero” en nuestro país. Aunque no sólo en él.
También en otros sitios de Nuestra América se desarrolló un
conjunto de movimientos sociales más radicales. Como bien insiste
Anderson, “allí se encuentran desde los zapatistas en México y
los integrantes del Movimiento Sin Tierra (MST9 en Brasil, a los
cocaleros y mineros de Bolivia, los piqueteros de Argentina, los
huelguistas de Perú, el bloque indígena de Ecuador, y tantos otros.
Esta constelación dota al frente de resistencia de un repertorio de
tácticas y acciones, y de un potencial estratégico, superior a
cualquier otra parte del mundo”.
En
nuestro caso, desde que los pobladores de la sureña localidad de
Cutral Có se levantaron (y provocaron aquel formidable “efecto
contagio” que llevó a que la mayoría de las provincias del país
se encontraran con sus rutas bloqueadas) a hoy, hemos transitado ya
más de 20 años. Dos décadas en la que pasaron demasiadas cosas. Lo
fundamental: el ciclo de luchas que se inicia a partir de entonces y
se extiende de manera casi ininterrumpida hasta el 2003. Su pico más
alto: las jornadas del 19/20 de diciembre de 2001. Su quiebre más
trágico: la Masacre de Avellaneda.
Existe
la discusión de si fue Cutral Có el punto de quiebre o si, por el
contrario, estas puebladas se inscriben en un proceso que arranca
unos años antes. Es difícil tratar de periodizar, clasificar los
procesos sociales, las luchas populares. Es cierto, hay antecedentes
importantes antes de Cutral Có. En
septiembre de 1992, cerca de 200 obreros textiles despedidos cortaron
la ruta en Trelew, quemando neumáticos. En 1993, en Senillosa, a
unos 20 km de la ciudad de Neuquén, un grupo de obreros que habían
sido despedidos de la obra de Piedra del Aguila interrumpieron el
paso por la ruta 22. En marzo de 1994 apareció en Puerto Madryn la
primera organización exclusivamente de desempleados (el Movimiento
de Trabajadores Desocupados), constituida por ex trabajadores
portuarios, pesqueros y de las industrias textiles y metalúrgicas.
Sin embargo, de este MTD sólo quedó la sigla.
También
está el Santiagazo,
en diciembre de 1993.
Y en 1994 la Marcha Federal. Y el 24 de marzo de 1996 la gigantesca
movilización por los 20 años del golpe genocida. Por esa fecha
también ya habían irrumpido los HIJOS con sus escraches.
Sin
embargo, Cutral Có, y a partir de allí el ciclo de luchas que se
libran, tiene ese “no sé qué” que permite articular de otra
manera los procesos de organización popular. Tal vez por eso nos
empecinemos en remarcar la importancia de las puebladas. Porque su
aporte a las clases subalternas en la recuperación de la confianza
en sus propias fuerzas, en la valoración de la lucha como forma de
reconquistar los derechos conculcados por las políticas neoliberales
fue central. Y la posibilidad, para los protagonistas de aquellas
jornadas, de recuperar la autoestima tan golpeada, no nos parece un
dato menor. De alguna manera, el método del piquete aportó lo suyo
para hacer visible en Argentina la irrupción de las masas plebeyas.
Porque hay que decirlo: todo eso se visualizó en el centro del país
luego de que la periferia clamara por soluciones urgentes para sus
necesidades más elementales.
En
este sentido, cabe traer aquí unas reflexiones de Pablo Seman. El
piquete, nos dice, es un arma sabia: logra fuerza para los que no
tienen casi ninguna. No es por nada, continúa el antropólogo
argentino, que gracias a los piquetes, los sectores subalternos de
Argentina, en su época de mayor debilidad histórica, consiguieron,
a pesar de ello, cambiar la agenda de una sociedad que tenía por
principio ignorar sus demandas.
Si
bien “el Estado respondió con focalizados planes asistenciales”
al reclamo de trabajo que nació en la barricada (políticas
gubernamentales destinadas a acallar los reclamos de los más pobres
y anticiparse, frenando a los posibles levantamientos que, intuían
entonces desde la clase política, se avecinaban en un futuro
próximo), surgió sin embargo, a partir de allí, un nuevo proceso
de luchas populares. La tríada “cortes de ruta-asambleas-planes
trabajar” inició un camino que sería recorrido a lo largo y ancho
del país por vastos sectores de la militancia y de nuestro pueblo.
Sobre todo por aquellos que venían realizando una reflexión acerca
de los límites que la lógica de los años anteriores tenía en la
construcción política: volcar los esfuerzos en construir pequeños
grupos militantes, que confluyeran con otros pequeños grupos, en la
búsqueda de constituir el “Partido Revolucionario de la clase”,
en el mejor de los casos. En otros, cobijarse bajo el ala de algún
espacio institucional, para realizar alianzas electorales, que se
solían romper al otro día de la elección, luego de sacar el 0, 2 %
de los votos. Y volver a cobijarse tras el ganador o tras algún
perdedor pero “progre” y con posibilidades de sacar tajada en la
próxima.
En
fin, de alguna manera, los primeros piquetes y las puebladas
protagonizados por las poblaciones del interior del país, generando
las condiciones sociales que permitieron el surgimiento del
denominado “movimiento piquetero”, que será el actor
socio-político más dinámico del período 2000-2003, y que
permanecerá hasta el día de hoy, organizado y con capacidad de
movilización, a pesar de las crisis, de las derrotas y de las
distintas formas que irá adquiriendo en los distintos períodos. En
este sentido, creo que no se puede dejar de reconocer el papel jugado
por los pequeños núcleos de militantes sociales y políticos del
Gran Buenos Aires (y también de otros sitios del país), que
percibieron en aquel momento nuevas condiciones favorables para el
desarrollo de la organización popular.
Resulta
paradójico que allí, donde se suponía que nada podía surgir,
encontremos los primeros pasos en pos de la organización de lo que
más tarde será un movimiento de masas. Allí, en esa combinación
de base social “marginal” y militancia golpeada y dispersa.
Recordemos: tanto los sindicatos como los partidos de izquierda, los
sociólogos (y otras especies), eran reacios a concebir una
recomposición del campo popular desde “tan abajo”, desde lo que
consideraban campo de la decadencia absoluta y del lumpenaje. Los
cuestionamientos a los militantes populares que intentaban construir
una política desde la dinámica social se sucedían desde uno y otro
campo del saber de los especialistas (sea el de la academia o el de
los revolucionarios con ciencia proletaria bajo el brazo): que eran
grupos marginales, que sin el aparato no se podía comenzar a
construir un proyecto, que el partido seguía siendo la herramienta
más adecuada para representar los intereses de la clase; que
terminarían en un radicalismo pequeñoburgués y en aventurerismos
que provocarían la reacción...
Sin
embargo, fue a partir de aquellos piquetes, de todo ese recorrido
realizado por nuestro pueblo en forma espontánea y precaria, que se
fue instalando en el país la posibilidad de organizar movimientos de
masas que lucharan por reivindicaciones elementales a la vez, y no
luego, o desde otra estructura diferenciada que se planteara
transformar la sociedad en su conjunto. A partir de esas
experiencias, basadas en la acción directa, en la lucha de calles y
de cuerpos, se irá perfilando la posibilidad de revisar lo que se
venía haciendo, y reafirmar la confianza en las potencialidades de
los trabajadores desocupados.
Sostenidas
por el protagonismo de todo un pueblo, hastiado de una situación
económica que se tornaba insoportable y aparecía como destino
perpetuo y fatal, esas experiencias visualizaron a los poderes del
Estado, en particular al régimen político, como responsables de la
crisis; a pesar de la desconcertante ausencia de herramientas
organizativas que convocaran y condujeran el conflicto social; a
pesar de la carencia de referencias públicas permanentes.
Porque
todas esas experiencias, no sólo Cutral Có y Plaza Huincul, sino
también Tartagal y Mosconi, Chaco, y los Cabildos de Autoconvocados
en Corrientes permitirán sistematizar aprendizajes. De todas ellas
se extrajeron conclusiones, se revisó lo que aportaban y lo que no,
y sobre todo, se pudieron asumir los “límites” de toda acción
de masas que logra obtener conquistas inmediatas pero que no se
articula con un cuestionamiento de fondo al orden social vigente,
causante de los males que provocaron la situación de necesidad.
Asimismo,
aquellas luchas permitieron reconocer que cuando las batallas
espontáneas logran solucionar un problema del momento pero no
favorecen el desarrollo de organizaciones sólidas y perdurables que
libren nuevos combates, que obtengan nuevas y mejores conquistas y,
sobre todo, que generen la posibilidad de construir una alternativa
de emancipación, el sistema logra con facilidad cooptar o anular
esas experiencias y el poder de los sectores dominantes se mantiene
incólume.
Aunque
todo esto se fue madurando con el tiempo; fue parte de un proceso de
aprendizaje; no sucedió de un día para otro. Ni siquiera de unos
meses para otros. Llevó unos años de tránsito por el camino
recorrido del piquete al movimiento.
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