domingo, 26 de noviembre de 2017

De la “Masacre de Avellaneda” a la “Masacre de Bariloche”. Por Mariano Pacheco*

Lo que se busca es poner orden, domesticar al movimiento popular y abortar las perspectivas de autonomía de los de abajo



¿No sentimos vergüenza de los valores, los ideales y las opiniones que se imponen en nuestra época? Cuesta imaginar qué habrá más allá de la oscuridad de sabernos indiferentes ante la muerte del otro, ante el dolor de los demás. “No nos sentimos ajenos a nuestra época”, escribieron los pensadores críticos Félix Guattari y Gilles Deleuze en ese bello texto titulado ¿Qué es la filosofía?, último episodio de esa saga de cuatro tomos escritos de conjunto que hoy resulta difícil no leer como arma para el combate por sentido de nuestras existencias, contra todas las fuerzas que se empecinan en envilecernos.

Tampoco nosotros nos sentimos ajenos a nuestra época, a este complejo momento que atraviesa la Argentina, nuestra Patria (Latinoamérica) y nuestra Casa (el mundo). Como ellos, también nosotros sentimos que contraemos con la época compromisos vergonzosos. Pensamos, sentimos y actuamos acechados por la vileza y la vulgaridad de existencias que todo el tiempo pretenden ser reducidas a a la insignificancia de la vida-para-el-mercado-de-estas-democracias.

Las últimas horas se poblaron de dolor para quienes, como alguna vez señaló el comandante nuestramericano Ernesto Che Guevara, sentimos el dolor ante cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier lugar del mundo.
Esta vez tocó cerca, aunque para nuestras bellas almas racistas una comunidad mapuche del sur país sea el culo del mundo.

De Kosteki y Santillán a Maldonado… y la escalada que se impuso
La “Masacre de Avellaneda”, el operativo criminal llevado adelante de manera conjunta por las fuerzas de seguridad del Estado bajo la gestión del presidente interino Eduardo Duhalde no sólo se cobró las vidas de nuestros compañeros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, sino que también intentó volver a implantar el terror en nuestros cuerpos y subjetividades, luego de que seis meses antes (el 19 y 20 de diciembre de 2001), las bases del terror dictatorial que persistía introyectado en el cuerpo social de la democracia de la derrota como “herencia cultural del proceso” (tal como lo describió Fogwill) hubiese estallado por los aires cuando las multitudes desafiaron en las calles el decreto de “Estado de Sitio” del presidente Fernando De la Rúa. Los asesinatos del 26 de junio de 2002, entonces, como intento de domesticar al movimiento popular en su conjunto, y de abortar las potencialidades autónomas desplegadas durante esos años previos por el nuevo protagonismo social.

Algo similar puede pensarse que ocurrió con los asesinatos de dos militantes durante la “década ganada”, que se transformaron en símbolos de la época más allá de el silencio de la clase dirigente del progresismo estatal: Carlos Fuentealba y Mariano Ferreyra. En ambos casos difieren las manos asesinas (el Estado provincial neuquino en el primero, una patota de la burocracia sindical ferroviaria en el segundo) pero coinciden en el intento de frenar un estado de insubordinación de una franja asalariada movilizada y de un proceso creciente de politización, que a su vez puede ser leído como un intento de ganar márgenes de autonomía obrera frente a las estructuras burocratizadas del mundo sindical argentino (en el caso de la Asociación de Trabajadores de la Educación de Neuquén al interior de CTERA-CTA, en el caso de los “precarizados” del ferrocarril Roca respecto de los gremios del sector dentro de la CGT).

El asesinato de Santiago Maldonado (aún en caso de haberse ahogado no deja de ser un episodio que de trágico solo tiene el hecho de que estaba escapando de una represión desatada ilegalmente por fuerzas del Estado) simboliza también el intento de ponerle un freno al movimiento popular movilizado (contra el 2x1; por el Ni Una Menos; por la reincorporación de los despedidos en el Estado por el criterio de “sinceramiento” macrista; por la Ley de Emergencia Social; etcétera, etcétera, etcétera) e incluso, contra las perspectivas de autonomía de las comunidades mapuches, que vienen a denunciar (en palabras y en actos) el núcleo duro de la Argentina de post-dictadura: la persistencia de la propiedad privada como sacrosanto derecho incuestionable.


El futuro ya llegó
Suele haber un desfasaje entre los cambios que se operan a niveles macro, en los virajes que toman las políticas de Estado y los modos en que el movimiento popular procesa esos cambios y redefine cursos de acción. Se vio durante el “desarme estratégico” de los primeros años noventa, y también, en el desconcierto de los primeros años kirchneristas. Algo similar puede decirse de estos 23 meses de gestión cambiemista.

Es común escuchar entre las militancias la frase “hay que prepararse para lo que se viene”. Cuesta dimensionar que seguramente agosto de este año marcó ya el inicio de un nuevo ciclo político en la Argentina (de nuevo, visto desde la perspectivas micropolíticas no siempre los cambios coinciden con el calendario electoral de las democracias parlamentarias, sino con otras maniobras más relacionadas con las mutaciones en las relaciones de fuerzas).
La desaparición primero de Santiago Maldonado, y la aparición de su cuerpo luego (¡un 17 de octubre!) mostraron toda la crudeza de las fuerzas que enfrentamos: el Estado, pero en simultáneo, los medios masivos (hegemónicos) de des-información, las redes sociales virtuales, las peores tendencias del sentido común fascistizado.

La represión desatada ayer sábado 25 de noviembre en Bariloche se cobró la vida de Rafael Nahuel, comunero mapuche de 22 años, luego de ser alcanzado por una bala de un arma de fuego disparada por un miembro del grupo Albatros (Prefectura Naval Argentina), tras el intento de desalojo de la comunidad del Lof de Lafken Winkul Mapu (Villa Mascardi). La violencia de Estado también dejó como saldo dos personas heridas y otras dos detenidas: el Secretario General de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE) Seccional Andina Sur (El Bolsón), Javier Milani, y su esposa Florencia Placidi (también trabajadora estatal).

Hoy la portada del sitio web del diario La Nazión nos habla de la desaparición del submarino ARA San Juan, y de las 3 notas centrales sólo una se refiere a lo acontecido ayer: se nos “informa” que la Casa de Río Negro en Buenos Aires fue “destrozada” anoche por un grupo de “15 personas”, “algunas de ellas con las caras tapadas”. Clarín, el Gran Diario Argentino, nos habla en cambio del “enfrentamiento a balazos” entre Prefectura y un “grupo radicalizado” y de “incidentes en Bariloche” tras “la muerte” de un joven mapuche.

La ofensiva oficial contra Los Mapu pone al desnudo la estrategia gubernamental de disciplinamiento de todas aquellas expresiones sociales que luchen en la Argentina contemporánea, pre-requisito fundamental para avanzar con la ofensiva político-social, económica y cultural macrista.


En las calles, y las paredes, y los medios, y las redes...

Esta tarde el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia convoca a las 17 horas a movilizarse en Plaza de Mayo; en Córdoba, la Coordinadora Santiago Maldonado Presente a concentrarse a las 17 horas en el monumento a Agustín Tosco, frente al Patio Olmos y la Mesa de Trabajo por los Derechos Humanos a movilizarse a las 18 en Plaza San Martín (al parecer ambas concentraciones coincidirían luego). Seguramente haya otras expresiones de protesta en distintos puntos del país.

Resulta fundamental no abandonar las calles, ni las redes sociales, ni el combate por el sentido por todos los medios (conversando uno a uno con nuestras amistades, vecinos, familiares, transeúntes; publicando imágenes, audios, textos, videos en nuestros medios de comunicación popular; “filtrando” lo que se pueda en los medios masivos “progresistas”; pintando paredes, repartiendo volantes, pegando afiches…

Pero también será importante compenetrarnos con nuestra época, poder pensarla además de sentirla y actuar. No es más que una operación del poder separar nuestras acciones de lo que podemos pensar. El pensamiento crítico no puede ser otro desaparecido en democracia.

No sentirnos ajenos a nuestra época será entonces problematizar qué pasa con la violencia, la asesina, la estatal, pero también con la presencia (o ausencia) de la violencia popular, aquella capaz de resistir los embates del poder, de gestar la necesaria auto-defensa para que nuestras vidas, que para ellos ya queda a las claras que no valen nada, pueden perseverar en sus intentos para habitar críticamente el mundo. Es decir, en sus desafíos por transformarlo.


Córdoba capital, domingo 26 de noviembre de 2017.


*Texto elaborado para ser publicado de manera simultánea en La luna con gatillo/Resumen Latinoamericano/Lobo suelto, con la voluntad de aunar esfuerzos y fortalecer las articulaciones horizontales de nuestras experiencias de comunicación popular.

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